Hoy hace ya diez días que murió y todo va dolorosamente según lo previsto: nada parece cambiar. Él ya no habita en el mundo y lo que duele es precisamente que ese hecho sea tan insignificante para el resto de la humanidad. Toda una vida aquí, y cuando se te agota sólo puedes esperar vivir en el recuerdo de los demás; y él, que paseó durante setenta y seis años por las mismas calles y saludó a las mismas gentes cada día, cuando se fue, los vecinos se acostumbraron rápido a su ausencia. Es como si nada hubiera cambiado, como si todo pudiera seguir igual sin él. El Tiet era sus manías, sus cosas y su pequeño mundo, su casita de la calle Falguera, sus películas de Sinatra en la estantería, sus óleos de Calella colgados en la pared. Dejó una botella de vino a medias en la cocina, su diccionario desfasado de inglés sobre la mesa junto al cupón de la ONCE y su eterna rebeca de rombos marrones en la percha. La pena más grande es que ya no está, y me queda el regusto amargo de pensar que su vida pueda haber pasado inadvertida para la mayoría.
Este es mi pequeño homenaje. Quiero darle unos instantes más de vida y dejar que su recuerdo resista virtualmente en la red con su última coreografía. Para que aquellos que no le conocieron conserven un recuerdo suyo -aunque sea tan efímero como estos vídeos que cuelgo- y para que aquellos a quienes el Tiet Jaume dejó su huella tengan un recuerdo más. Os regalo uno de sus bailoteos habituales tan alegres…y que viva el Tiet!
jueves, 27 de marzo de 2008
Tiet Jaume
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